viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Dónde jugarán nuestros hijos?

En primera persona, sabemos que una característica potencial en la idiosincrasia andaluza, son las relaciones que las personas entablamos en la calle, entre otras cosas, dado por el clima tan característico que ofrece estas temperaturas tan agradables, este sol tan radiante, esta naturaleza tan llamativa y esos maravillosos legados arquitectónicos que nuestros antepasados dejaron a su paso.  Aunque 'como en casa de uno, no se está en ningún lado', las calles, las plazas, los barrios, las ciudades son para nosostros como una segunda casa, y todo lo que es Andalucía invita a salir y a disfrutar de lo que ofrece el exterior.

¿Qué sería de nosotros si nos quitaran esa convivencia en la calle, ese disfrutar haciendo las cosas que nos gustan? (se entiende, sin perjudicar a otros) o más demagógicamente ¿y si nos restringieran esas costubres y nuestros hijos (un hijo es hijo toda la vida, a los 6, 14, 30 años...) no tuvieran la oportunidad de criarse o convivir en las mismas condiciones que sus padres? La respuesta a ésto es que nos estarían robando parte de lo que somos, nos estarían reprimiendo nuestro normal transcurrir. Y si os dijera -que no hace falta que yo os lo diga, ya que seguro habéis podido ver lo que voy a contar- que los gobiernos de varias ciudades han y están aprobando leyes que limitan nuestros hábitos, nuestra cultura, y no porque ésta sea realmente perjudicial para terceros, pero ellos lo entienden así, y por lo tanto actúan en consecuencia.

Estas leyes nacen con el nombre de "Ley de Drogas", "Ley de Espectáculos Públicos" y "Ley de convivencia", con la finalidad REAL de acabar con cualquier agrupación espontánea en la calle, aun sin consumir alcohol o estar creando espectáculo -los organismos del orden si que son un espectáculo público-. La forma que emplean los organismos del 'orden' a la hora de implantarla, en pocas ocasiones es no violenta, por lo que si no basta con reprimir una actuación o (hablando como ellos)  un derecho tan esencial y básico como es el de estar charlando y/o jugando con algún elemento inonfensivo, también vulneran los derechos de las personas con la forma de dispersión que practican.

Conozco a varios grupos de gente y veo a otros muchos, como se divierten en una plaza con juguetes, que son los mismos con los que jugaban nuestros padres, como el diábolo, malabares, u otros, con una guitarra o con cualquier otra cosa. Con la implantación de estas leyes, ya no se puede.
Todos los días paso por una zona peatonal, donde varios mimos y otro artista, entretenían a los viandantes, la mayoría no les echaba dinero, los pocos, les daban una limosna. Algunos días, al cruzármelos los he visto acompañados por los agentes de policía, quienes les obligaban a abandonar su actividad. Desde hace dos meses, no veo a ninguno de estos artistas por esta zona, pero tampoco los veo por otras. ¿Qué daño hacen estas personas? y por si algún lector es celoso por la competencia leal o desleal, ¿a quién le estaban quitando clientes? Ésta gente no se saca más de 20 euros al día ¿en qué mundo, o mejor dicho, sociedad vivimos?

Como se puede ver, estas leyes no solo persiguen a los consumidores de drogas, blablablí blablablá... si no quieren drogas, que no las legalicen, o mejor dicho, que las legalicen (Holanda, un país que permite el consumo de ciertas drogas, posee un nivel de consumo más bajo, con repecto a la mayoría de los países que las tienen ilegalizadas). No se puede permitir que con la careta de querer disuadir a los consumidores de alcohol, se pueda perseguir a cualquier grupo.

Os dejo con la noticia que ha dado pie a éste comentario:



Y la calle se nos fue...
Pese a la fuerza de la vida de calle en Andalucía, las políticas públicas han logrado modificar, sin grandes conflictos y en pocos años, los usos de los espacios públicos.

Pasada la media noche las calles y plazas de Sevilla van quedando desiertas. No queda nadie, ya que las rondas de la policía no permiten detenerse. Se ha de circular. En tiempos la ciudad hervía, ahora hay grupos dispersos vagando sin posibilidad de confluencia. Los más, agotan resquicios escondiéndose en callejones y soportales por el centro de la ciudad, se apiñan en locales no acondicionados y con horas de cierre inauditas o salen por los territorios baldíos de las periferias. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Hace tres años, el Parlamento de Andalucía aprobó la Ley sobre potestades administrativas en materia de determinadas actividades de ocio en los espacios abiertos de los municipios de Andalucía. Era una ley clonada de otras que, como un virus, se propagan cerrando los intersticios de nuestro sistema de libertades y derechos. Se presentó al vulgo como respuesta a “la botellona”, que llevaba un tiempo siendo el agujero en el saco de las pequeñas preocupaciones ciudadanas: ebriedad, drogadicción, disolución de la moral y las buenas costumbres, falta de autoridad, quiebra de valores, fallo de las instituciones de socialización, contaminación, vandalismo, desorden público, inseguridad ciudadana o deterioro crítico de la convivencia entre un largo etcétera. Este “problema” venía arrastrándose legislatura tras legislatura, siendo una singular herramienta de gobierno pues servía, entre otras aplicaciones, como piedra de toque para una gestión eminentemente securitaria de la fiesta y la vida en la calle. Pero ya entonces, en la entrada del invierno del año 2006, las problemáticas implicadas bajo ‘la botellona’ estaban en trance de desactivarse, gracias al éxito de las políticas represivas. La ley no vino sino a celebrarlo y sellar el terreno conquistado. Para saber de qué hablamos, baste su artículo 3. “Prohibiciones. a) La permanencia y concentración de personas que se encuentren consumiendo bebidas o realizando otras actividades que pongan en peligro la pacífica convivencia ciudadana fuera de las zonas que el Ayuntamiento haya establecido como permitidas”. Únicamente por medio de su aplicación conoceremos hasta dónde llega la ley, y cuáles son esas “actividades” peligrosas.

Dinámicas heredadas
En otros territorios del Estado se habían restringido los encuentros interpersonales en los espacios públicos y encauzado ciertos fenómenos tumultuosos, pero en Andalucía la fuerza de la vida de calle constituyó un ejemplar desafío para las autoridades, siendo tan modélica su actuación como restrictiva la ley, que sobresale por ello entre las normativas análogas.

Hasta 2006, la Junta de Andalucía se había negado a prohibir “el consumo de alcohol en la calle”, medida propia de una autoritaria derecha. La vía trazada era otra –modificaciones de la Ley de Drogas y la Ley de Espectáculos Públicos–, y daba buenos frutos. Pero las dinámicas heredadas –tras cada fin de semana teníamos el mismo espectáculo representado por un reaccionario movimiento ciudadano, vigilantes medios de comunicación, la oposición política de turno y la autoridad, compitiendo unos y otros por mostrarse los más firmes– impidieron que “la botellona” desapareciese del debate público. El PSOE y la Junta de Andalucía, ante un asunto que, reducido a su mínima expresión no debería ser difícil de erradicar, calibraron positivamente la rentabilidad de abandonar anteriores posiciones antiprohibicionistas y de dar unos pasos más.

El momento llegó con la insólita jornada del 17 de marzo de 2006, cuando fue alentada desde los medios de comunicación una competición a escala estatal por la mayor “macrobotellona”. Ante la inducida alarma social, el sentido común aprobaría cualquier medida: el grueso del trabajo estaba hecho, años apuntando en la misma dirección. Salvando el revuelo orquestado, fue un viernes cualquiera, los jóvenes salieron de marcha. Allí donde estaban prohibidos estos agrupamientos en los espacios públicos la ocasión cobraba especial significación, pero únicamente en Barcelona y Zaragoza se dieron los previstos enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, protagonizados en los medios de comunicación por jóvenes “radicales”. Se confirmaba la gravedad de la amenaza contenida en “la macrobotellona” y la necesidad de ajustes. El Parlamento andaluz, por su parte, comenzó a tramitar por vía de urgencia una nueva ley.

Saldría sin obstáculo alguno seis meses después. El grupo parlamentario de IU llamó a la desobediencia civil el mismo día de su aprobación, pero para su posterior aplicación en los municipios será preciso su concurso. Todos festejaban el anuncio de la solución final ¿Y los directamente implicados, “los jóvenes”? Pese a lo arraigado de los modos de estar en la calle puestos en la picota, no se dieron incidentes dignos de mención, más allá de los repetidos excesos cometidos por las fuerzas de seguridad. Solamente se enfrentaron a la ley quienes tenían una trayectoria de lucha, un porcentaje mínimo entre los jóvenes pero que podían haber sido el necesario catalizador. No lo fueron. El sector de la juventud más politizado se había mantenido al margen, mientras los más fueron, año tras año, acosados en sus espacios y tiempos de ocio. Los primeros no intervinieron porque eran sus modos de esparcimiento distintos y porque, resumiendo, no tenían nada que ver los unos con los otros. Cuando, con la aprobación de la ley llega la definitiva torsión legal y una ofensiva policial sin precedentes, tomaron conciencia de cuánto estaba en juego pero ya con la partida prácticamente perdida. Se constituyen asambleas y plataformas en defensa del espacio público, ejecutando las habituales escenificaciones de la protesta, las “reclamaciones de la calle” que palidecen ante la envergadura de las anteriores subversiones callejeras que se registraban espontáneamente cada fin de semana. Nunca se pretendió la movilización del grueso de la juventud, “niñatos de la botellona”, pero ¿hubiera sido posible? La oportunidad se perdió, y al poco hubo que hacer frente al siguiente recorte de libertades, de unas movidas pasamos a otras, son tiempos oscuros. La ley llegó cuando estábamos maduros, tras años de calculado trabajo, para otra vuelta de tuerca más. Lo relevante no es ni sus detonantes, ni el cuerpo legal existente ni los cambios que son introducidos, sino que hay que recordar, una vez más, que casi todo debe ser perseguido y que se puede ir tensando a la población llevándola al máximo de represión que en cada momento pueda soportar.

Autor: Marcos Crespo Arnold

    > En el texto existen enlaces a otros dos artículos, que también son necesarios para hacerse una idea más homogénea sobre el tema.

Autor: Luna E. Vílchez
Fecha: 01/03/2007

Título 2º: "Ordenanzas liberticidas"



1 comentario:

Jimmy Jazz dijo...

¿Dónde jugarán nuestros hijos?

En parques de empresas privadas